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PRÓLOGO
Hace 27 años entré por primera vez en una dependencia policial en calidad
de reportero, un oficio que sigo desempeñando hoy y que me ha permitido
ver crecer y evolucionar a la Policía, muchas veces por delante de un país
que tampoco es, ni mucho menos, el de 1988, el año que debuté como perio-
dista de sucesos. Hoy, España cuenta con una de las mejores y más eficaces
policías del mundo y tiene una tasa de criminalidad de 45,6 infracciones por
cada 1.000 habitantes, una de las más bajas de los países de nuestro entorno.
Además, las encuestas del CIS sitúan desde hace años a la Policía Nacional
y a la Guardia Civil entre las instituciones más valoradas por los ciudadanos.
El éxito de la Policía Nacional es, sobre todo, el éxito de todos y cada
uno de los hombres y mujeres que lucen la placa y el uniforme y que dejan
clara a diario la vocación de servicio que siempre ha distinguido al cuerpo.
Desde la más pequeña de las comisarías de distrito a las comisarías gene-
rales de Información y Policía Judicial tienen elementos comunes: los que
trabajan allí lo hacen para que los ciudadanos seamos un poco más libres y
más seguros.
Los éxitos de nuestra Policía y de nuestros policías tienen mucho que ver
con la calidad de la formación que reciben: una visita a los laboratorios de
la Comisaría General de Policía Científica o una charla con un agente de la
Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) basta para comprobar
el nivel de conocimientos con el que trabajan, pero no solo ellos. Los policías
que patrullan en un Z o los que reciben a los ciudadanos en las Oficinas de
Denuncia (ODAC) –esa primera línea de frente de la Policía, muchas veces
olvidada– también están cada vez mejor formados y en esa línea se debe se-
guir trabajando, tanto desde la Administración como desde los individuos que
componen el cuerpo.